Dioses reinventados: Fe, ciencia ficción y la evolución de las creencias

 


¿Qué son los dioses? Parece una pregunta obvia, pero en realidad no lo es. La conceptualización de lo divino está influenciada por la cultura, la historia y nuestras propias expectativas. Es un fenómeno similar a lo que ocurre con los extraterrestres. Si alguien nos pide que imaginemos uno, la mayoría visualizará la figura clásica popularizada por el cine: un ser gris, de ojos negros y profundos, de cráneo hinchado como un globo. Esta imagen está arraigada debido a décadas de representaciones mediáticas.

Tuvo su origen en el llamado "Incidente Zeta Reticuli". En su relato, Betty Hill describió a los extraterrestres de manera peculiar. Inicialmente los imaginó como hombres bajitos con cabello negro y narices que recordaban a la de "Jimmy Durante", un detalle que rápidamente se desechó por su vergonzoso carácter. Sin embargo, en el mundo de la ufología, estos pequeños deslices suelen pasar desapercibidos, como el incidente en el que afirmó haber visto un camión flotando en la carretera.

Hoy pocos lo saben, pero estuvimos a punto de que los extraterrestres "grises" tuvieran un estilo menos ortodoxo, algo más parecido al de Jimmy Durante, el famoso actor y cantante, con un rostro peculiar. Hubiera sido cómico.

Con el tiempo, Betty cambió su descripción y empezó a visualizar a los extraterrestres con cabezas grandes y calvas, piel gris y ojos enormes. Curiosamente, en esta nueva versión, los ojos no eran completamente negros, lo cual se atribuye al hecho de que estaba basando su descripción en un episodio entonces reciente de la serie de televisión "The Outer Limits", que se transmitía en blanco y negro en aquel entonces. Así es como los ojos verdes de los extraterrestres se convirtieron en grises en su relato. Si se hubiera decidido por los pequeños Jimmy Durante, no podría evitar llamarles así en lugar de hombrecitos verdes.

Imagen tomada de "The Bellero Shield", un episodio de la serie de televisión The Outer Limits, de su primera temporada, transmitido por primera vez el 10 de febrero de 1964.

Lo mismo ocurre con los dioses. No son más que proyecciones endurecidas por el tiempo, fantasmas legitimados por la costumbre. Un dios egipcio con cabeza de halcón, un dios nórdico con barba de fuego, un dios cristiano que es tres y uno al mismo tiempo: todos son intentos de vestir lo informe con ropajes reconocibles.

Los hombres fabrican dioses como los niños fabrican monstruos bajo la cama: para darle un contorno preciso a su terror. Un dios es el miedo que ha aprendido a hablar, el caos que ha aceptado reglas. Y, al igual que los extraterrestres, su apariencia depende de lo que esperamos encontrar. Si creemos en dioses justicieros, vendrán con espadas y truenos. Si los imaginamos misericordiosos, tendrán sonrisas y manos abiertas. Pero siempre, siempre, serán un espejo.

Hanuman: el dios mono que encarna fuerza, sabiduría y devoción.

Primero les dimos forma de bestias, porque las bestias eran nuestro mayor temor. Luego les dimos forma humana, porque el hombre se convirtió en la medida de todas las cosas. Ahora, en la era de la máquina, ¿empezaremos a imaginarlos como inteligencias artificiales frías o como algoritmos infinitos?

Los dioses no existen fuera de nosotros. Pero eso no los hace menos reales. Son tan reales como el miedo que los sostiene. Tan reales como la última imagen que vemos antes de cerrar los ojos y rendirnos a lo desconocido.

Neil deGrasse Tyson, en una entrevista, comentaba sobre la incredulidad de las afirmaciones de Jaime Maussan sobre momias extraterrestres. En el pasado, las primeras representaciones de alienígenas en el cine eran muy distintas; por ejemplo, "La mancha voraz" presentaba un ser amorfo, una aproximación quizá más realista. Sin embargo, la simplificación de la imagen del extraterrestre responde a la necesidad de hacerla comprensible y asimilable para el público.



Cuando esta tendencia de representaciones simplificadas se traslada de la cultura popular a la fe, la situación se torna más compleja. Existen personas interesadas en que ciertos relatos sean creíbles, ya sea por una necesidad de pertenencia, reconocimiento, razones económicas o el deseo de legitimar sus creencias. De este modo, se generan discursos que intentan construir una cosmogonía alternativa a la explicación científica. Un ejemplo es la idea de que los extraterrestres han estado en la Tierra desde siempre, que crearon al ser humano a su imagen y semejanza y que, en realidad, ellos son los verdaderos dioses, una interpretación que algunos defienden con referencias a textos religiosos como la Biblia.

Tanto los dioses como los extraterrestres tienen sus sacerdotes, esos hombres y mujeres de voz temblorosa que aseguran haber visto lo que otros no pueden ver. Los llaman contactados, canalizadores, elegidos; antes se les llamaba profetas, chamanes, santos. Son los intermediarios, los que traducen lo incomprensible a un lenguaje que no destruya la mente de los creyentes. Su autoridad no viene del saber, sino del éxtasis. Han estado allí—ya sea en una nave reluciente o en el tercer cielo—y regresan con un mensaje que siempre, siempre, exige fe.

Ambas creencias se alimentan de milagros. Una virgen que concibe sin hombre, un muerto que se levanta, un cuerpo que flota en el aire. O, en el caso de los extraterrestres, implantes que desaparecen, cicatrices que no sangran, recuerdos implantados bajo una luz fría. Lo milagroso no es lo inexplicable, sino lo que confirma el relato. Un milagro es un clavo ardiente que fija la duda a la certeza.

Y luego están los demonios, claro. En las religiones, son los ángeles caídos, los tentadores, los que susurran en la oscuridad. En el mito extraterrestre, son los reptilianos que se infiltran, o los secuestradores de dormitorios que operan en mesas de metal. Son el mal necesario, la sombra que justifica la lucha. Sin ellos, ¿cómo sabríamos que somos los buenos?

"Reptilianos". Una figura clásica de la cultura conspirativa y pop, con esa mezcla de lo alienígena y lo mitológico.

Pero la similitud más reveladora es la promesa del fin. Las religiones hablan de un juicio final, de trompetas que derribarán los muros del mundo, de un fuego que purgará a los indignos. Los creyentes en extraterrestres esperan el mismo cataclismo, pero con naves en lugar de ángeles. Los elegidos no serán arrebatados en éxtasis hacia el cielo, sino tele transportados a una nave nodriza, o a una base en Marte, o a una dimensión superior. El mensaje es idéntico: ustedes son especiales, el mundo está podrido, pronto serán salvados.

¿Y qué hay de los textos sagrados? La Biblia, el Corán, los Vedas... son palabras dictadas por lo divino, dicen. En el culto extraterrestre, están los canalizaciones, los mensajes de los pleyadianos, los documentos desclasificados (que nunca están del todo desclasificados). Son relatos que se copian, se distorsionan, se veneran. Nadie los cuestiona demasiado, porque cuestionarlos sería romper el hechizo.

Los Vimana como naves espaciales antiguas ha influido en los seguidores del misterio. Esa mezcla de lo mitológico con lo sci-fi da para una estética brutal: misticismo hindú "ingeniería" antigua.

Al final, tanto los dioses como los extraterrestres son consuelos con dientes. Nos dicen que no estamos solos, pero también que somos vulnerables. Nos prometen salvación, pero primero exigen sumisión. Y lo más importante: nos permiten creer que el caos tiene un orden secreto, que alguien—allá afuera—sabe lo que nosotros no sabemos.

La diferencia es mínima, en verdad. Los dioses vinieron del cielo en carros de fuego; los extraterrestres vienen del espacio en ovnis luminosos. Sólo cambia el vocabulario. El hambre es la misma.

Las religiones nacen, evolucionan y desaparecen de acuerdo con las necesidades humanas y el contexto sociocultural. Este proceso ha ocurrido a lo largo de la historia y seguirá ocurriendo. Algún día, el cristianismo podría mutar o perder fuerza, tal como sucedió con las religiones que lo precedieron.

El futuro podría pertenecer a religiones que hoy nos parecen ciencia ficción: cultos que mezclan tecnología y misticismo, nuevas formas de chamanismo digital, o quizá creencias que ni siquiera podemos imaginar todavía. Lo único cierto es que, mientras los humanos sigamos enfrentándonos a las mismas preguntas fundamentales sobre la muerte, el sufrimiento y nuestro lugar en el universo, seguiremos inventando respuestas.

Las religiones del mañana ya están germinando entre los códigos de programación, los laboratorios de biotecnología y las redes sociales. Solo necesitamos tiempo para reconocerlas como lo que son: los nuevos rostros de una búsqueda tan antigua como la humanidad.



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