La segunda venida del Señor... del arte incómodo

 


Afuera, el murmullo de rezos se mezclaba con los cláxones de la Ciudad de México. Había veladoras encendidas, pancartas con vírgenes estampadas, gente de rodillas murmurando el rosario. Adentro, en los muros del museo, un óleo mostraba a dos hombres besándose, vestidos de sacerdotes. Era solo una pintura. Y, sin embargo, parecía tener el poder de un incendio.

Conozco esa rabia. Muchos crecimos en hogares católicos, donde los cuadros religiosos colgaban en alguna esquina, observando con una severidad que uno aprendía a temer. En la juventud, uno comienza a hacerse preguntas y descubre que sus deseos y pensamientos no coinciden con lo que se escucha en los sermones. Sentimos que algo en nosotros debía ocultarse, como si la belleza que deseábamos ver o expresar estuviera fuera de lugar en este mundo. Por eso, cuando uno ve por primera vez una obra de Fabián Cháirez, siente algo parecido al alivio.Pero no todos sienten alivio. Algunos sienten ira. Algunos, miedo. Otros, la necesidad urgente de proteger algo que consideran sagrado.

Y aquí estamos, otra vez, ante una exposición titulada “La Segunda Venida del Señor”. No es la primera vez que Cháirez incomoda. En 2019, su representación de Emiliano Zapata como un ícono queer sacudió las redes y desató protestas. Ahora, lo que provoca es el mismo fenómeno: una colisión frontal entre libertad artística y fervor religioso.

¿Qué es lo que duele tanto? ¿Que la imagen sea homoerótica? ¿Que use símbolos religiosos? ¿O que se atreva a mezclar ambas cosas?

Es fácil gritar “¡blasfemia!” y exigir censura. Lo difícil es detenerse a pensar qué está diciendo realmente esa obra. En este caso, Cháirez hace una comparación entre el éxtasis religioso y el sexual, algo que la historia del arte ha hecho desde Caravaggio hasta Mapplethorpe. La diferencia es que lo hace desde un cuerpo que ha sido históricamente expulsado de los templos y del lienzo: el cuerpo del hombre homosexual, afeminado, sensual, vulnerable.


Algunos dicen: “La libertad de expresión tiene límites”. Y es cierto. No se puede usar para incitar a la violencia o promover el odio. Pero representar un acto de deseo entre dos adultos, aunque sean imaginarios y aunque lleven sotanas, no es violencia. Es disidencia. Es memoria. Es una forma de reclamar un lugar en una cultura que durante siglos ha llamado “pecado” a ciertos cuerpos y deseos.

Otros sugieren que esta exposición es un acto de odio contra los católicos. Y aquí vale la pena hacer una pausa. Vivimos en un país laico, no anti-religioso. La religión católica goza de presencia mediática, instituciones, monumentos, educación y una profunda influencia social. No es una minoría marginada. Criticar sus símbolos no es oprimirla: es ponerla en diálogo, aunque ese diálogo sea incómodo. Para el psicólogo moderno, este tipo de confrontación se llama reestructuración cognitiva: ver una creencia desde otro ángulo, tensionarla, abrir la puerta a que otras narrativas respiren.

¿No debería eso hacernos más libres?

Los sociólogos estudian cómo las sociedades necesitan zonas de tensión para evolucionar. El arte incómodo es una de esas zonas. Nos recuerda que la libertad no significa comodidad perpetua, sino la capacidad de coexistir con lo que nos descoloca. Si no podemos ver una pintura sin sentirnos amenazados, ¿no será que el problema está menos en el lienzo y más en nuestras propias grietas?



Cháirez no pinta desde el odio. Pinta desde la herida. Desde el cuerpo que no tuvo representación en la historia oficial. Desde el deseo que fue censurado no solo en los museos, sino en las familias, las escuelas, los credos.

Y sí, entiendo que duela. Porque lo que hace es revelar que el templo también puede ser un cuerpo. Que el rosario también puede ser un suspiro. Que la santidad y el placer no tienen por qué estar enemistados. Que el arte, cuando es arte, no siempre complace. A veces toca justo donde todavía no hemos aprendido a mirar sin miedo.

Entonces, ¿qué es lo que más nos molesta de esta segunda venida? ¿Que satiriza algo sagrado? ¿O que nos obliga a preguntarnos por qué ciertas cosas siguen siendo sagradas y otras siguen siendo invisibles?

Tal vez el arte no deba darnos respuestas, sino preguntas que se nos queden como astillas bajo la piel.

Y quizás, algún día, aprendamos a ver sin cerrar los ojos.

La Segunda Venida del Señor estará expuesta en el Museo de la Ciudad de México del 2 al 30 de abril de 2025, en Pino Suárez #30, Ciudad de México.
Horarios: Martes a domingo, de 10:00 a 17:30 h.



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